-No traje azúcar, el mate se toma amargo y con gusto a yerba- dice Mauri, y se ríe. Ella le tira con los guantes que acaba de sacar del bolso. Viven peleando, pero ellos saben que es de onda, casi que se quieren.
Él es todo lo opuesto de Luz. Tiene casi veinte años pero no vio casi nada, su vida fue fácil... No dejó pasar ninguna oportunidad, como le enseñaron papá y mamá. Las dificultades que tuvo se las puso solo, porque no le dio la cabeza. No le dio para aprobar el secundario en cinco años, papá metió plata en el medio para apurar el trámite. No le dio para superar a su primer amor, una chica que lo dejó embobado dos años, entre noviazgo y luto porque se fue con otro. Mamá ya no sabía cómo hacer para que saliera un fin de semana.
Mauri es del sur, viene de Neuquén. Extraña su casa, pero cada fin de semana largo vuelve a visitar a la familia. En capital vive solo, está solo. Papá le pasa plata por semana, como para que se mantenga y se concentre en los estudios. Ya perdió suficiente tiempo, lo quieren ver recibido, como sus padres, como sus tíos, como su hermano mayor.
No sólo le cae bien Luz, sino que la admira. No todos tienen su garra, sabe que él no la tiene, por mucho que quiera. Le gustaría ser un poco más como ella, más valiente, más capaz, más... más hábil para salir de la sombra de su hermano...(...)
La ronda sigue girando, ahora es Marce el que habla. Es la primera vez que se queda con ellos; empezaron a charlar en medio de la clase y le invitaron un mate cuando estaba por bajar la escalera para ir a pasear hasta que sea la hora.
No habla mucho, es medio tímido. Cuenta rápido y así nomás que es vive en provincia, en Lanús, con la madre y sus dos hermanos más chicos. Tiene nada más que dieciocho años, recién estrenados y todavía poco vividos. Juega al fútbol, trabaja en un local de electrónica en su barrio y estudia ingeniería. Recién empieza, está emocionado y ya tiene miedo de que le vaya mal.
Él también tiene su parte oculta, su secreto chiquito. Lo que tiene es ganas de irse, ganas de ser otro. Capaz su vida no es tan difícil, pero ser el hombre de la casa antes de ser un hombre realmente no es fácil. Su papá los abandonó cuando él tenía cuatro años, y su mamá bancó la casa mucho tiempo. Después se juntó con otro hombre, el padre de sus hermanos. Marce nunca lo quiso demasiado, pero fue el único padre que tuvo. Falleció cuando el más chico tenía dos años. La vieja tuvo que laburar todavía más fuerte que los primeros años, con su hijo mayor de once años haciéndose cargo de dos nenes de jardín de infantes, yéndolos a buscar al colegio, jugando con ellos. Fue él el que les ayudó a empezar a escribir, el que bancó a la nena con su primer noviecito, el que le dio una mano al nene cuando tuvo problemas con los pibes del barrio y el que estaba pagando por la fiesta de quince que la petisa quería. Se puede decir que no estaba apurado por ser padre, ya sabía lo que iba a pasar.
Cuando parece que ya no va a contar nada más (que de hecho no tiene ganas de contar nada más; su vida es suya y de nadie más), Nico y May se les acercan. Acaban de salir de parcial y están con los cables pelados, dispuestos a insultar lo que los chicos quieran insultar. Alguien nombra a la piba de los reflejos, la que se sienta adelante y se cree la enciclopedia andante, y empiezan a criticar. La ronda es enorme, da para varios temas a la vez: en un costado se arma una discusión de política, tema siempre presente en más de uno, la parejita se mete en lo suyo, el mate sigue su ronda y la guitarra no deja de sonar.
Mili está metida con el centro. Tiene diecinueve años y un padre socialista. Su vida es la política y está harta del maldito filtro. Empieza a contar a quien quiera escuchar de los negociados del gobierno, de cómo juegan con las becas, de la falta de impulso y todo lo que se habló durante la reunión. Sabe que en realidad no logran nada, pero sabe que es mejor que nada. Por lo menos una voz se alza.
Jeanette se acomoda y hace un gesto de dolor. Los demás no lo notan, cada uno está prestando atención a una de las muchas charlas, al mate que da vueltas y a su propia cadena de pensamientos.Ella se sumergió tanto que se olvidó del moretón que tenía en el brazo sobre el que se apoyaba: su novio se había enojado un poco la noche anterior. Su mente cambia rápido de dirección, la empieza a retar, a discutir con ella misma. Está bien, si siempre es tu culpa, lo ponés loco y después te quejás, tarada. Él te da todo y vos le reprochás que llegue tarde. Si sabés que se queda trabajando, no podés desconfiar de él... Se siente culpable...Si después de todo, si está en Buenos Aires es por él. Él la sacó de la casa de su viejo, ahí donde lloraba tanto, donde la lastimaban de tantas maneras... Ahora también llora, pero no tan seguido. Y por lo menos no la hace sangrar. Y sabe que él tampoco le quiere pegar, sólo que ella lo pone violento... La sacó barata, un zamarreo nomás. Podría haber sido peor, no tenía derecho a hacerlo enojar así, ahora había salido mal para la oficina. Va a tener que pedirle disculpas, y va a tener que tener más cuidado, no están buenas las escenas así...
Vuelve a hacer otro gesto de dolor cuando se acuerda. Agradece que nadie la esté mirando, vuelve a poner su sonrisa de nada y le da el último sorbo al mate. Vuelve a escuchar la disertación de Mili, ahora habla sobre el capitalismo yanki y la comida de McDonalds.
Igual, se equivoca. Lula sí lo notó. Lula siempre lo nota.
Vive pendiente de ella, aunque Jeanette no se entere...
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