...¿Hasta dónde te permitís volar?...



sábado, 27 de noviembre de 2010

Ronda de Historias (parte V)

(...)
Pablo empieza otro tema y Seba le pasa el mate.



Mica guarda los apuntes. Ahora rinde Semiología y la cabeza no le da para más. Ella sí se quedó estudiando, no quiere decepcionar a mamá. Después de que su hermana mayor largara los libros y se fuera de mochilera, después de que su hermano tuviera el accidente con la moto y se dejara estar, ya no quería causarle nada más. Era la esperanza de la casa, Mica. Naty era la inteligente de la familia, todos lo sabían en la casa, pero le había pintado la rebeldía. Su perfectísima hermana mayor había terminado abanderada en un colegio importante de Santa Fe, se había ido a vivir a La Plata, sola, había entrado a la facultad de medicina y estaba rindiendo excelente. Laburaba, consiguió novio... un chico de Colombia. Él no estudiaba, era artesano. Ella empezó con el arte. Mezclaba la carrera con el macramé y las artesanías. Cincuenta y cincuenta. Treinta-setenta. Dejó la carrera. Se dedicó a su amor, largó todo. Se fue a Colombia. Anda paseando, viviendo de lo que hace. Por lo menos es feliz. Manu era lo contrario. Le iba mal en casi todo, era el nene de mamá. Para los dieciséis le regalaron la moto que tanto quería. A las dos semanas de sacar el registro, chocó de noche. Había salido con los amigos, ni se enteró del choque. Se despertó una semana después en el hospital, con la madre llorando al costado. Cuando lo llevaron a casa, la madre lo siguió cuidando. Papá no existía, vivía laburando. Así era que nunca les faltó nada... Nada salvo un padre.


Así se había criado Mica, la Flaqui le decían. Sabía que ahora estaba ella. Sabía que nadie le iba a decir nada, la iban a bancar como habían bancado a Natalia, pero sabía que podía quemar el corazón de mamá. Así que se bancaba el peso sobre el alma y el sueño sobre los ojos y estudiaba hasta que no daba más. Así le iba, tres materias adentro y contando.


Se tiró contra la pared y miró a Pablito, que seguía con su música. Sonaba un blues muy triste. Termina la ronda. Seba sonríe, le toca a él, media hora cebando y puede tomar.


-¿Qué hora es? -


-Las once. Uhh, boludo, dale que no llegamos. Es re puntual este pelado.


Dale, dale, arriba. Todos se levantan, con los bolsos y camperas colgando.


-¡La puta que los parió a todos! ¡Se acabó el agua!


Seba se queda con las ganas del último mate, Mauri se lo arranca de la mano.


-Dejalo, ya fue. Total ya tenemos clase.


Cada uno agarra para un lado diferente.


Todos tienen clase.


Por lo menos pasaron un rato con amigos. O con extraños. Un poco de todo.





FIN.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Ronda de Historias (parte IV)

¿El mate para cuándo?- pregunta Mar.
-¡Bancá, vieja!- Seba ya está harto de que le modifiquen la ronda cada dos por tres. No tiene la culpa de saber cebar. No le molesta, pero no se lo dejan pasar. Si hay mate, él prepara. Y ceba. Y busca agua. Y encima se dan el lujo de mezclarle la gente, como para que gire tranquilo. -Le toca a Pablo. Después vas vos.


-Pero metele, Pali, que tengo la garganta echa un cubito.


Pablo deja la guitarra y la mira con cara pícara, su especialidad.


-Si querés te la abrigo, linda- Jajaja, risas generales, el mate de un trago (se quema hasta el estómago) y cara de ¨Este gil se me hace el langa ¨ de parte de Mar.


Él vuelve a su rock, es lo único que lo llena. Total en casa ya nadie le da bola. Total en el laburo en cualquier momento lo echan. Total a la facultad va a hacer sociales más que nada, sus notas están más bajas que su autoestima. Ni siquiera éso le queda. Su música lo salva, lo eleva, es su nueva droga. Las demás le hicieron perder todo, así que las fue dejando de a poco. Le quedaron pocos amigos de esas épocas, y la verdad es que no son tan divertidos sin humo de por medio. Y siempre andan volados, así que no lo ayudan mucho a salir. Más bien al contrario.


El cigarrillo no lo puede dejar todavía, pero hace esfuerzos. Se concentra en la viola y deja caer un par de acordes. Está componiendo un tema, pero le falta inspiración. Necesita un poco de luz, un poco de aire, un poco de verde para prenderse, pero el tiempo no lo ayuda. Si saliera el sol un rato, capaz, pero las nubes de mierda lo deprimen. Se deja ir un poco y saca un pucho del bolsillo de la camisa de jean.


Llega Mati corriendo y se lo saca de la boca antes de que lo prenda.


-Uh, gracias, así no abro el paquete, jaja- Lo prende y en tres pitadas casi llega al filtro. - Y no me mirés así, sabés que te estoy haciendo un favor.


Le cerró la boca. Se ríe, pero sabe que es verdad. Y sabe que es un hipócrita, porque es lo que todos le dicen todo el tiempo. Últimamente fuma mucho. Igual es sólo cuando está nervioso. Los parciales, contesta si le preguntan porqué. Mentira, le dice la voz en su cabeza. Si lleva dos años cursando ya, siempre las mismas materias, los mismos temas: a esta altura, los parciales le pasan por el costado. Pero es muy pronto para hablar de lo que le preocupa en serio, sobre todo si Lore hace lo que piensa hacer. El tema es si ella habla. Si se entera la vieja. Él sabe que nunca lo quiso, y desde que cortaron, agradece que no lo va a tener que ver más. Mejor para él. Pero si la otra no se pone los ovarios y toma la puta pastilla, está hasta las manos. Prende otro cigarro. No tiene laburo, no tiene carrera, en cualquier momento los viejos no lo bancan más y ahí te quiero ver. No tiene ni veinte años, no tiene dónde parar, no puede hacerse responsable ni de él mismo... ¿Cómo pretenden que cambie por una vez que se manda una cagada?
Entre la nube gris del fumo de Mati, Fabi se despereza. No durmió nada.


Me quedé estudiando, dice, y hace ojitos para que entiendan que es mentira. Todos se ríen y sospechan qué se quedó haciendo. Es el lindo del grupo, hasta los pibes lo reconocen. Facha le dicen cuando no está, porque a él le molesta. Todos saben que se debe haber quedado en lo de una de sus chicas, o en lo de otra piba cualquiera. Saben que gana con una miradita nomás. También saben que lo que menos hace en una cama es dormir. Pero Fabi no aclara, deja que piensen lo que quieran. Le da vergüenza que sepan. Por lo menos por ahora.


Estuvo despierto hasta las seis de la mañana en frente de la computadora. Por fin la había vuelto a ver.


Ile vive en Mendoza, pero para él está a la vuelta de la esquina. O eso quiere pensar. Está enamorado. Cómo, no tenía idea. Era algo que había pasado, se había dado naturalmente. La conoció de casualidad, en un boliche, en sus tiempos de pirata, y le dio vuelta la cabeza. Le pidió un teléfono, algo donde poderla encontrar, no quería que se hiciera pizza después de esa noche... Ella le quiso advertir, que estaba lejos, que no viajaba seguido, casi nunca, la verdad, que no iba así la mano para ella, que tenía novio en su ciudad... Pero él ya estaba jugado. La quería volver a ver, y no le importaba nada más. El mail consiguió sacarle, pero ni un teléfono ni una dirección, no sea caso que el pibe flashee y te aparezca un día en la puerta, flaca. De esto hacía tres meses, tres meses en los que ella dejó al novio, se instaló la PC en su cuarto y se perdió por el pibe de Buenos Aires. Y ahora, con mucha alegría, se había comprado la cámara y se habían quedado toda la noche mirándose a los ojos, con ganas de comerse la boca, con ganas de acariciar las mejillas del otro, frente a frente a cientos de kilómetros de distancia.


Se calla, no cuenta. Que todos piensen que es el mismo de siempre, que sigue de joda, que es un campeón, que no se enteren que se le quema el alma por la piba del interior, la que está lejos, la que no viene, la que no ve, la que fue una noche y nada más.



(...)

jueves, 25 de noviembre de 2010

Ronda de Historias (parte III)

[Vuelve a hacer otro gesto de dolor cuando se acuerda. Agradece que nadie la esté mirando...

Igual, se equivoca. Lula sí lo notó. Lula siempre lo nota...]

Vive pendiente de ella, aunque Jeanette no se entere. Es tanto para ella... La adora, aunque no se de cuenta. Ella sí se da cuenta de lo que le pasa, ella se da cuenta de que sufre y se da cuenta por qué. Lula le vio los moretones, sabe que su novio le pega, y mucho. Daría cualquier cosa por pararlo, por ayudarla... daría cualquier cosa porque Jenny no lo quisiera tanto como para perdonarlo, para justificarlo...porque la quisiera a ella... Lula no la haría sufrir, no la lastimaría, la cuidaría... Se muere de ganas de cuidarla...


Se siente sola, y los sentimientos de dolor le dan frío. Se acurruca un poco más en los brazos de su novio.


El la abraza tiernamente, sin sospechar que la chica de su vida ya no lo quiere como antes.


Diego tiene diecinueve años y hace tres que está de novio con Lu. Hace tres que la viene peleando. Él sabe que está solo en la relación, que viene remando sin compañía, pero no le importa. Si sabe que Lula es todo para él, por ella daría lo que fuera. Sí, le encantaría que ella lo quisiera igual, pero para eso tiene tiempo... El amor crece, él lo sabe... Todavía puede hacer que se enamore de él, que lo quiera, que lo necesite... Total, está siempre al lado suyo... Tarde o temprano se va a dar cuenta de lo que vale...


La ama con locura, y se lo demuestra día a día. Dejó todo por ella, sus amigos no la querían, sus talleres no le dejaban tiempo libre, dejó piano, dejó tae kwon do, incluso a la chica con la que salía... Estuvo diez meses tratando de conquistarla. No se arrepiente. Sabe que Lula lo quiere, y sabe algún día lo va a querer tanto como él a ella. Si le dio una oportunidad y ya iban tres años, ¿por qué no amor?


Llega Mar con los bizcochitos. Tiene las mejillas frías y coloradas, el viento está fuerte. Devuelve la plata que sobró; cuenta las moneditas, no quiere darle de menos a nadie. Ella no tiene nunca cuentas pendientes. Se saca la bufanda, el pasillo está frío, pero al lado de la calle es una pavada. Encima la escalera la mató. Lo suyo no es el deporte, su vida está en las letras. En realidad no sabe bien en dónde está su vida, pero por ahora con periodismo está feliz. O casi feliz. Hasta donde le permite su tiempo está feliz. Vivir corriendo no es ser feliz, pero vivir sola es vivir corriendo. Y ella siempre estuvo sola. Desde que llegó de Tandil se bancó sola, no puede dejar que nadie maneje su vida, ella es un alma libre, y está orgullosa de ello. Mete los pies debajo de la pollera y abre el paquete de agridulces. Sabe que más de uno se va a quejar de que faltan los de grasa, pero en su casa el mate se toma dulce y éstos toman amargo o con edulcorante, le hace falta un poco de azúcar. Piensa que está bueno como metáfora de sus días, pero ahora no tiene papel a mano como para anotar. A la mañana se dejó la mochila en el bondi, bendita costumbre de dormirse. Perdió todo. Ahora a hacer mil trámites, pero no tiene ganas de pensar en eso. Le duelen las fotos de la billetera, están sus sobrinos ahí, lo único que extraña realmente. Sabe que si vuelve a aparecer la mochila, seguro que nunca hubo plata adentro. El sistema está podrido y la gente no es mejor.


-Mati ya viene, paró en el quiosco. Se quedó sin puchos, la chimenea. Yo me cagaba de frío así que me vine. ¿El mate para cuándo?


(...)

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Ronda de Historias (parte II)

...-Ponele un poco de azúcar- dice, y devuelve el mate, con un poco de gesto de asquito.
-No traje azúcar, el mate se toma amargo y con gusto a yerba- dice Mauri, y se ríe. Ella le tira con los guantes que acaba de sacar del bolso. Viven peleando, pero ellos saben que es de onda, casi que se quieren.

Él es todo lo opuesto de Luz. Tiene casi veinte años pero no vio casi nada, su vida fue fácil... No dejó pasar ninguna oportunidad, como le enseñaron papá y mamá. Las dificultades que tuvo se las puso solo, porque no le dio la cabeza. No le dio para aprobar el secundario en cinco años, papá metió plata en el medio para apurar el trámite. No le dio para superar a su primer amor, una chica que lo dejó embobado dos años, entre noviazgo y luto porque se fue con otro. Mamá ya no sabía cómo hacer para que saliera un fin de semana.

Mauri es del sur, viene de Neuquén. Extraña su casa, pero cada fin de semana largo vuelve a visitar a la familia. En capital vive solo, está solo. Papá le pasa plata por semana, como para que se mantenga y se concentre en los estudios. Ya perdió suficiente tiempo, lo quieren ver recibido, como sus padres, como sus tíos, como su hermano mayor.
No sólo le cae bien Luz, sino que la admira. No todos tienen su garra, sabe que él no la tiene, por mucho que quiera. Le gustaría ser un poco más como ella, más valiente, más capaz, más... más hábil para salir de la sombra de su hermano...

La ronda sigue girando, ahora es Marce el que habla. Es la primera vez que se queda con ellos; empezaron a charlar en medio de la clase y le invitaron un mate cuando estaba por bajar la escalera para ir a pasear hasta que sea la hora.

No habla mucho, es medio tímido. Cuenta rápido y así nomás que es vive en provincia, en Lanús, con la madre y sus dos hermanos más chicos. Tiene nada más que dieciocho años, recién estrenados y todavía poco vividos. Juega al fútbol, trabaja en un local de electrónica en su barrio y estudia ingeniería. Recién empieza, está emocionado y ya tiene miedo de que le vaya mal.

Él también tiene su parte oculta, su secreto chiquito. Lo que tiene es ganas de irse, ganas de ser otro. Capaz su vida no es tan difícil, pero ser el hombre de la casa antes de ser un hombre realmente no es fácil. Su papá los abandonó cuando él tenía cuatro años, y su mamá bancó la casa mucho tiempo. Después se juntó con otro hombre, el padre de sus hermanos. Marce nunca lo quiso demasiado, pero fue el único padre que tuvo. Falleció cuando el más chico tenía dos años. La vieja tuvo que laburar todavía más fuerte que los primeros años, con su hijo mayor de once años haciéndose cargo de dos nenes de jardín de infantes, yéndolos a buscar al colegio, jugando con ellos. Fue él el que les ayudó a empezar a escribir, el que bancó a la nena con su primer noviecito, el que le dio una mano al nene cuando tuvo problemas con los pibes del barrio y el que estaba pagando por la fiesta de quince que la petisa quería. Se puede decir que no estaba apurado por ser padre, ya sabía lo que iba a pasar.

Cuando parece que ya no va a contar nada más (que de hecho no tiene ganas de contar nada más; su vida es suya y de nadie más), Nico y May se les acercan. Acaban de salir de parcial y están con los cables pelados, dispuestos a insultar lo que los chicos quieran insultar. Alguien nombra a la piba de los reflejos, la que se sienta adelante y se cree la enciclopedia andante, y empiezan a criticar. La ronda es enorme, da para varios temas a la vez: en un costado se arma una discusión de política, tema siempre presente en más de uno, la parejita se mete en lo suyo, el mate sigue su ronda y la guitarra no deja de sonar.

Mili está metida con el centro. Tiene diecinueve años y un padre socialista. Su vida es la política y está harta del maldito filtro. Empieza a contar a quien quiera escuchar de los negociados del gobierno, de cómo juegan con las becas, de la falta de impulso y todo lo que se habló durante la reunión. Sabe que en realidad no logran nada, pero sabe que es mejor que nada. Por lo menos una voz se alza.

Jeanette se acomoda y hace un gesto de dolor. Los demás no lo notan, cada uno está prestando atención a una de las muchas charlas, al mate que da vueltas y a su propia cadena de pensamientos.Ella se sumergió tanto que se olvidó del moretón que tenía en el brazo sobre el que se apoyaba: su novio se había enojado un poco la noche anterior. Su mente cambia rápido de dirección, la empieza a retar, a discutir con ella misma. Está bien, si siempre es tu culpa, lo ponés loco y después te quejás, tarada. Él te da todo y vos le reprochás que llegue tarde. Si sabés que se queda trabajando, no podés desconfiar de él... Se siente culpable...Si después de todo, si está en Buenos Aires es por él. Él la sacó de la casa de su viejo, ahí donde lloraba tanto, donde la lastimaban de tantas maneras... Ahora también llora, pero no tan seguido. Y por lo menos no la hace sangrar. Y sabe que él tampoco le quiere pegar, sólo que ella lo pone violento... La sacó barata, un zamarreo nomás. Podría haber sido peor, no tenía derecho a hacerlo enojar así, ahora había salido mal para la oficina. Va a tener que pedirle disculpas, y va a tener que tener más cuidado, no están buenas las escenas así...

Vuelve a hacer otro gesto de dolor cuando se acuerda. Agradece que nadie la esté mirando, vuelve a poner su sonrisa de nada y le da el último sorbo al mate. Vuelve a escuchar la disertación de Mili, ahora habla sobre el capitalismo yanki y la comida de McDonalds.

Igual, se equivoca. Lula sí lo notó. Lula siempre lo nota.
Vive pendiente de ella, aunque Jeanette no se entere...
(...)

martes, 23 de noviembre de 2010

Ronda de Historias (parte I)

Son las diez de la mañana. En el pasillo del CBC hay poca gente, la mayoría ya entró a clase o todavía no salió. Hace frío, mucho frío.



Los alumnos de la 12608 acaban de salir de la clase post parcial, eran pocos y son menos ahora, en la ronda de mate que se acordó de llevar Mauri.


Todos estudian carreras diferentes, se conocen poco y sólo comparten unas pocas horas por semana, pero entre clase y clase, y sobre todo entre mate y mate, todos son amigos. Todos tienen tiempo que matar, y el agua humeante los invita a juntarse, como si se conocieran de toda la vida.


Algunos son de la capital, otros vienen del interior a estudiar, algunos están acostumbrados a la mugre y el ruido de la ciudad, para otros es nuevo, para algunos es imposible acostumbrarse aunque lleven la vida entera ahí.


Mate, galletitas, una guitarra e historias. No todos cuentan la suya, hay poca confianza y todos prefieren guardárselas, ocultarlas, mostrar sólo una parte de lo que son... O de lo que no son.


La mayoría son extraños, excepto por una o dos materias y esas horas de perder el tiempo. Un par se conocen de chicos, del pueblo. Otros del secundario, aunque empiecen a hablarse ahora y por necesidad, esa necesidad de hablar y de confiar, de tener a alguien en quien apoyarte. Son desconocidos, pero tienen cosas en común. Es como si viajaran juntos, y buscaran sentir que alguien los acompaña, que no están solos, que hay alguien que te cuida si te quedás dormido en el tren.


Tienen entre diecisiete y veintitrés años, para algunos es la primera experiencia casi-universitaria, otros ya vagaron por carreras fallidas.


¿Diferentes? Sí, mucho.


¿Parecidos? Más de lo que piensan.


Suena un rocanrol de seis cuerdas, todos apiñados por el frío. Hay una o dos parejas, otros que parecen pero no lo son. Hay grupos de amigos, gente que se adaptó muy rápido o que lo simula, que le gusta pertenecer y tiene la capacidad.


Algunos ya contaron su presente, sus carreras actuales y pasadas, su ciudad de origen, su familia, sus gustos. Todo muy por encima, muy superficial, todo apenas. No se olvidan de que son desconocidos y que no saben cuánto tiempo van a pasar juntos y ni lo que puede significar o llegar a significar esa persona, no sabés si se puede confiar, realmente confiar...


Pasan el mate de calabaza y Luz habla de su fin de semana. Estudia, o quiere estudiar, sociología. Es de la capital, pero conoce casi todo el país, ya le quedan pocas cosas de que asombrarse. Es la más grande del grupo, y es diferente en todo sentido. No sólo tiene la calle, sino que las pasó todas. Terminó la secundaria como la chica diez, viajó por todo el país y vio todo lo que quiso ver. Y cuando volvió, no quiso estudiar y la vida se le fue de los rieles. Perdió el tiempo, nadie la obligó tampoco a estudiar, conoció la noche, los vicios... Conoció a las peores gentes. No tiene problemas en contar que el padre de su bebé, un gordo de dos años con rulitos cafés que le caen sobre los ojos y le cuenta a quien quiera escuchar que se llama Ián y tiene Oz Añoz, la dejó en banda con una panza de seis meses, después de ilusionarla con una vida hermosa juntos. Se fue, hizo su vida y nunca más volvió a aparecer. Ahora le toca vivir con sus viejos, los mismos que la vieron irse orgullosa y capaz, con la confianza de que podía hacer lo que quisiera con su vida. La vieron volver con la frente marchita, con una vida adentro y sin un peso, después de lucharla contra viento y mareas, con hambre, sin laburo y con miedo de morirse y de matar a lo único bueno que le había quedado de su historia de amor. Se calla que el tipo era casado, y que ella lo supo los últimos meses de relación. Se calla que era diez años mayor que ella. Se calla que se comió el cuento de que iba a dejar a la mujer por ella. Se calla que vive con los padres pero en una pieza chiquita al fondo, que no le pasan un peso, que tampoco le hablan. La ayudan por el nieto, y a él no le dejan faltar nada, pero su comida se la paga ella. No le perdonan el error de irse, de hacer la suya y de no escucharlos, no le perdonan jugárselas y comerse la calle por tener la cabeza alta, no se lo dejan olvidar tampoco. Y no puede dejar de cooperar con la casa, porque ya bastantes años la bancaron para que haga lo que quiera. Se calla que limpia casas para vivir, a veces siente vergüenza de su trabajo, miedo de que la vean como inferior.


Si estudia ahora es porque quiere un futuro diferente, quiere un ejemplo para su hijo y quiere arreglarse con sus viejos. Ahora la están perdonando, por lo menos la ayudan con los apuntes y le cuidan al nene, pero siguen sin dejárselas pasar. Ella se rompe el lomo para estar al día, pero laburo mediante y ser madre como condición es difícil volver a ser lo que fue.


Se le nota en los ojos una tristeza profunda, pero se le nota en la mirada una firmeza inquebrantable. Se le nota también de dónde saca las fuerzas.


Ahora cuenta que el gordo se le enfermó, seguramente se enfrió alguna de estas noches. Por suerte mamá estuvo ahí para curarle la fiebre y contarle cuentos, pero no tuvo tiempo de repasar. No durmió, casi. Pero ahora está en paz.


-Ponele un poco de azúcar- dice, y devuelve el mate, con un poco de gesto de asquito.

(...)