...¿Hasta dónde te permitís volar?...



martes, 25 de agosto de 2009

Mil Grullas

¨Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo.
Como todos los chicos.
Porque ellos eran nuevos en el mundo.

También, como todos los chicos.
Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra.
Naomi y Toshiro no entendían muy bien qué era lo que estaba pasando. Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la ciudad japonesa de Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las reuniones familiares de cada anochecer en torno a la noticia de la radio, que hablaban de luchas y muerte por todas partes.
Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo.
¡Ah... y también se estaban descubriendo uno al otro!
Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie más que ellos podían transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos.
Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio...
Pero Naomi sabía que quería a ese muchachito delgado, que más de una vez se quedaba sin almorzar por darle a ella la ración de batatas que había traído de su casa.
-No tengo hambre —le mentía Toshiro, cuando veía que la niña apenas si tenía dos o tres galletitas para pasar el mediodía—. Te dejo mi vianda —y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de regreso a las aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración.

Naomi... Poblaba el corazón de Toshiro.
Se le anudaba en los sueños con sus largas trenzas negras. Le hacía tener ganas de crecer de golpe para poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos aún...

El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llegó puntualmente el 21 de junio y anunció las vacaciones escolares.
Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus soleadas mañanas, ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban que empezara. Su comienzo significaba que tendrían que dejar de verse durante un mes y medio inacabable.
A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos una de la otra, sus familias no se conocían. Ni siquiera tenían entonces la posibilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar pacientemente la reanudación de las clases.


Acabó junio, y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque...
Se fue julio, y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque...
Y aunque no lo supieran: ¡Por fin llegó agosto! —pensaron los dos al mismo tiempo.


Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto a sus padres, hacia la aldea de Miyayima.
Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos ceramistas que veían apilarse vasijas en todos los rincones de su local.
Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla con la misma dedicación de otras épocas,

-Para cuando termine la guerra... —decía el abuelo—.
Todo acaba algún día... —comentaba la abuela por lo bajo.
Y Toshiro sentía que la paz debía de ser algo muy hermoso, porque los ojos de su madre parecían aclararse fugazmente cada vez que se referían al fin de la guerra, tal como a él se le aclaraban los suyos cuando recordaba a Naomi.


¿Y Naomi?
El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba sobre la nieve.

Sola.
Descalza.
Ni casas ni árboles a su alrededor.
Un desierto helado y ella atravesándolo.

Abandonó la cama, se deslizó de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió la ventana de la habitación.

¡Qué alivio! Una cálida madrugada le rozó las mejillas.
Ella le devolvió un suspiro.

El dos y el tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros poemas:

Lento se apaga El verano Enciendo Lámpara y sonrisas.
Pronto Florecerán los crisantemos. Espera, Corazón.


Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de laca en la que escondía sus pequeños tesoros de la curiosidad de sus hermanos.
El cuatro y el cinco de agosto se lo pasó ayudando a su madre y a las tías
¡Era tanta la ropa para remendar! Sin embargo, esa tarea no le disgustaba. Naomi siempre sabía hallar el modo de convertir en un juego entretenido lo que acaso resultaba aburridísimo para otras chicas.
Cuando cosía, por ejemplo, imaginaba que cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar un deseo para que se cumpliese.

La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó en el pantalón de su hermano menor el ruego de que finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa de su papá, el pedido de que Toshiro no la olvidara nunca...
Y los dos deseos se cumplieron.
Pero el mundo tenía sus propios planes...

Ocho de la mañana del seis de agosto en el cielo de Hiroshima.
Naomi se ajusta el cinturón del kimono y
recuerda a su amigo: -¿Qué estará haciendo ahora?
"Ahora", Toshiro Pesca en la isla mientras se pregunta: -¿Qué estará haciendo Naomi?

En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima.

En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez un cielo. El cielo de Hiroshima.
Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad.
En ella, una mamá amamanta a su hijo por última vez.
Dos viejos trenzan bambúes por última vez.
Una docena de chicos juega
por última vez.
Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez.
Miles de hombres piensan en mañana por última vez...

Naomi sale para hacer unos mandados.
Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río.

Y medio millón de japoneses, MEDIO MILLON DE SERES HUMANOS, se desintegran esa mañana.
Y con ellos desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el pasado de Hiroshima.
Ya ninguno de los sobrevivientes podrán volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa, ni retomar ningún camino querido.
Nadie será ya quien era.

Hiroshima arrasada por un hongo atómico.
Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando.
Recién en diciembre logró Toshiro averiguar donde estaba Naomi. ¡Y que aún estaba viva, Dios!
Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en una localidad próxima a Hiroshima, como tantos otros cientos de miles que también habían sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora instalado dentro de ellos, en su misma sangre.
Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana.

El invierno se insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabía si era frío exterior o su pensamiento lo que le hacía tiritar.
Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al techo. Ya no tenía sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura.
Sobre su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.
-Voy a morirme, Toshiro... —susurró.
No bien su amigo se paró, en silencio, al lado de su cama—. Nunca llegaré a plegar las mil grullas que me hacen falta...
Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita.
Sólo veinte.
Después, las juntó cuidadosamente antes de guardarlas en un bolsillo de su chaqueta.
-Te vas a curar, Naomi —le dijo entonces, pero su amiga no le oía ya: se había quedado dormida.

El muchachito salió del hospital, bebiéndose las lágrimas.
Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro entendieron aquella noche el porqué de la misteriosa desaparición de casi todos los papeles que, hasta ese día, había habido allí.
Hojas de diario, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y hasta algunos libros parecían haberse esfumado mágicamente. Pero ya era tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron, sorprendidos.

En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre las sombras. Esperó hasta que tuvo la certeza de que nadie más que él continuaba despierto. Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el armario donde se solían acomodar las mantas.
Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había recolectado en secreto y volvió a su lecho.
La tijera la llevaba oculta entre sus ropas.
Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro
recortó primero novecientos ochenta cuadraditos y luego los plegó, uno por uno
hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras sumarles las que ella
misma había hecho.
Ya amanecía, el muchacho se encontraba pasando hilos a través de las siluetas de papel. Separó en grupos de diez las frágiles grullas del milagro y las aprestó para que imitaran el vuelo, suspendidas como estaban de un leve hilo de coser, una encima de la otra.
Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras dentro de su bolso y partió rumbo al hospital antes de que su familia se despertara.
Por esa única vez, tomó sin pedir permiso la bicicleta de sus primos.
No había tiempo que perder.
Imposible recorrer a pie, como el día anterior, los kilómetros que lo separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.
-Prohibidas las visitas a esta hora —le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la enorme sala en uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga.
Toshiro insistió: -Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho, Por favor...
Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las avecitas de papel. Con la misma aparentemente impasililidad con que momentos antes le había cerrado el paso, se hizo a un lado y le permitió que entrara: -Pero cinco minutos, ¿eh?
Naomi dormía.
Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso una silla sobre la mesa de luz y luego se subió.
Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielorraso.
Pero lo alcanzó.
Y en un rato estaban las mil grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, firmemente sujetos con alfileres.

Fue al bajarse de su improvisada escalera cuando advirtió que Naomi lo estaba observando. Tenía la cabecita echada hacia un lado y una sonrisa en los ojos.

-Son hermosas, Toshiro
... Gracias...
-Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas —y el muchacho abandonó la sala sin darse vuelta.


En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas empezaron a balancearse impulsadas por el viento que la enfermera también dejó colar, al entreabrir por unos instantes la ventana.
Los ojos de Naomi seguían sonriendo.

La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la impiedad de los adultos. ¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?

Febrero de 1976.
Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene tres hijos y es gerente de sucursal de un banco establecido en Londres.
Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle por qué, entre el aluvión de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre su escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar.
Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que nadie consigue sorprenderlo.
Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de las máquina de calcular.
Grullas surgidas de servilletas con impresos de los más sofisticados restaurantes...
Grullas y más grullas. Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe de creer en aquella superstición japonesa.
-Algún día completará las mil... ¨

viernes, 21 de agosto de 2009

Mil y una

Mil palabras no hacen una canción.
Mil sonidos no crean música.
Mil besos no son pasión,
ni mil caricias son amores.

Mil compañías no son un buen amigo.
Mil versos no componen un poema.
Mil ideas no forman un invento,
ni mil ideales hacen la revolución.

Mil cuentos no te hacen poeta.
Mil flores no es romanticismo.
Mil logros no son grandeza,
ni mil mitos son religión.

Nada es todo, todo se pierde, nada existe, todo es vano, nada es nada sin el Sentimiento.

miércoles, 19 de agosto de 2009

14 Puñaladas

*
Una y otra vez me hirieron. Una y otra vez vi mi alma sangrar.

Algunas heridas sanaron rápidamente, otras dejaron profundas cicatrices.
Algunas veces sólo rozaba la superficie, pero otras el dolor penetraba hasta lo más hondo del corazón.
Algunas heridas parecieron eternas y el tiempo las borró como si fuera el mar llevándose las huellas de la arena. Algunas heridas parecían efímeras y hoy siguen acompañando cada uno de mis latidos.

Cada una es diferente, aunque algunas se parecen. Cada una cuenta su historia, aunque algunas se entrecruzan. Cada una lleva una espina clavada en su centro, haciéndola imposible de cerrar. Cada una sangra hasta la última gota...

Una de las heridas atraviesa mi corazón de lado a lado.
Es la traición de un amigo. Es algo que se clava profundo y jamás se va, algo que se agranda cada vez que te toca perdonar...

Otra es chiquita, pero lastima por estar bien honda.
Es una palabra de desprecio en los labios de mi padre. Se tapa con palabras dulces y de aliento, pero se vuelve a vaciar con el sólo recuerdo de la mirada fría en sus ojos.

Una tercera se agranda cada tanto.
Es la más extraña, porque larga un dulce sabor cad vez que se presiona. Es el recuerdo de un amor.

Hay una punzante.
Es una frustración del pasado. Con el tiempo fue cambiando, estoy segura de que antes era mas grande...

Hay tres que tienen la misma forma, aunque ninguna es igual de profunda que la anterior.
Son tres broncas que me guardé para mí y nunca dejé salir.

Tengo también una que no se ve.
Va de atrás hacia adelante y quema. Ésa me la dejó una persona en la que no pude confiar.

La herida de más abajo todavía sangra.
Es de cuando me lastimaron y no supe perdonar.

Otra está casi curada, pero a veces vuelve a abrirse.
Es un viejo vicio que no se termina de resolver.

Hay otra muy particular.
Tiene los bordes desgastados y no es tan profunda como las demás. Es apenas un huequito abierto a fuerza de rasguños... uno por cada vez que me sentí ignorada.

Otra es finísima, como si una aguja hubiera atravesado mi pecho.
Me la hice yo, una vez que me sentí muy sola. Es la que más dolió.

El costado de mi corazón está todo lastimado.
Fue el mundo, de tanto decepcionarme.

Pero la que más duele es una herida abierta y profunda justo en el medio.
Es un agujero, un espacio vacío que no se puede llenar. Duele, quema, lastima... Es como si tuviera todavía el cuchillo clavado, un cuchillo afilado y caliente desgarrándome las ganas y abriendo mi corazón en dos... Es un hueco que ya varias veces intenté llenar. Tiene una forma muy particular y diferente, y no hay pieza que encaje. Es una ausencia y se abrió cuando te fuiste para siempre.



viernes, 7 de agosto de 2009

Despedida

Se levantó y se fue.
-No hay nada más que decir, le dijo.
Y era verdad.
Ya no quedaban más palabras por decir.
Pero entonces,
¿Por qué sintió esa necesidad de soltar tantas cosas en ese momento?
¿Por qué se le cerró así la garganta?
¿Por qué tuvo de repente la necesidad de gritarle mil verdades al oído?
Y lo más importante, por qué se quedo callada…Muda…
Se guardó en el corazón mil palabras nunca habladas, mil sentimientos mal expresados y mil miradas confundidas…
Metió en el bolsillo todas esas broncas curadas a besos y esas sonrisas del pasado.
Los buenos momentos giraban en su mente acompañadas de llantos en su honor y risas compartidas.
Colmada su cabeza, todo aquello que faltaba decir salió en forma de lágrima, naciendo en sus ojos tristes y muriendo rápidamente en sus labios sellados.
Solamente lo miró partir.

Cinco Estrellas

Eran cinco hermanos.

Ellos querian ir a las estellas.

Los padres les decian que quizas ellos irian... siempre y cuando terminaran los deberes de la escuela.


El primero no queria nada de eso, solo las estrellas.

Las vio bien grandes cuando el padre lo agarro a patadas y lo echo directo pa` la calle...


El segundo se fue a Hollywood a trabajar de mozo. Ahi sirve a grandes estrellas...


El tercero se hizo comisario y le pusieron una estrella...

en la solapa de su chaqueta. Muy pronto se olvido de las estrellas y de los planetas...


El cuarto hermano estudio para ser arquitecto. Gracias a tres botellas, acaba de ganar la licitacion para un hotel de cinco estrellas...


El menor, el quinto, era distinto:

no queria, no podia, no SABIA conformarse con estrellas de mentira.

Hoy acaba de mandar una postal desde las Tres Marias.



Eran cinco hermanos que decian: ¨quiero ir a las estrellas...¨


*